Es necesaria una profunda reforma de la educación
Fueron publicados los resultados de las pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA)
realizadas a escolares de 15 años en 2018. Perú continúa en el mismo
puesto –64 de 79 países– de la evaluación anterior. No obstante los
resultados –que señalarían un “avance” educativo– no son significativos
para el país. En compresión lectora avanzamos 3 puntos respecto a la
evaluación 2015 y en matemáticas 13 puntos. En términos generales,
seguimos igual.
Finlandia
continúa entre los primeros de la lista. Y ya los países de la cuenca
del Pacífico enviaron a sus mejores profesores a Finlandia para
descubrir las razones de sus méritos educativos. China, Singapur, Hong
Kong, Estonia y Canadá también ocupan los primeros lugares en el informe
2018. Desde 2015 Polonia sube posiciones, aun cuando continúa
utilizando la misma infraestructura educativa de antes de la Primera
Guerra Mundial. Es decir, la competitividad educativa avanzaba.
Según la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la mayor parte
de países miembros han incrementado sus presupuestos educativos, 15% en
promedio. Aún así, los resultados han sido calificados como
decepcionantes. Siete países han mejorado significativamente, el resto
incluso desciende posiciones. ¿Cómo entonces argumentar mayores presupuestos educativos si los resultados serán los mismos?
El
aumento del presupuesto educativo no tiene mayor significado sin las
reformas correspondientes. Los cambios radicales son el único camino
para mejorar. Es más, aún cuando se incremente el presupuesto y se
instale una reforma educativa, ¿cómo hacer para garantizar el ritmo y la
calidad del gasto? Para el dirigente del sindicato es fácil pedir
aumento del presupuesto educativo, y también para la autoridad conceder
ese pedido. La tarea de la autoridad es ejecutar el gasto de acuerdo a
lo planeado.
Si la
meritocracia en Perú no hubiera perdido el ritmo desde la época del
ministro de Educación José Chang –durante del gobierno de Alan García–,
el porcentaje de profesores nombrados en la escuela pública sería
bastante mayor, los programas de capacitación hubieran ingresado a
niveles superiores y los docentes estarían empapados totalmente de los
retos de cuarta revolución industrial. Por lo tanto, los logros
educativos serían significativos y no tibios. ¿Pesimistas? No. Por el
contrario.
La
gestión y la capacidad técnica en la administración pública es el mayor
problema en el país. Los resultados PISA no sorprenden, eran previsibles
de acuerdo a los indicadores del Ministerio de Educación (Minedu) y del
Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI): menos del 30% de escolares ofrece resultados satisfactorios y casi el 18% de jóvenes entre 15 y 29 años no estudia ni trabaja.
Diagnósticos
sobre la educación abundan. En los últimos años, el relajo de la
autoridad en la escuela pública es notorio. Los hogares han dejado de
vigilar la disciplina de los hijos, profundizando la desorientación de
los estudiantes. Y los artilugios electrónicos no son utilizados por los
estudiantes para aumentar el conocimiento, sino como pasatiempos. En
este contexto –con sociedades cada vez más globalizadas, competitivas e
innovadoras–, las reacciones del quehacer humano son cada vez más
veloces, sin espacios para las dudas por la falta de información.
Los
cambios de las tendencias sociales ya no se producen de un día para el
otro, sino cada hora. La competencia del milenio no permite atrasos.
Para los mercados mundiales el mañana es el ayer. El proveedor del
milenio está varios pasos por delante de su competidor. Si las personas
no son persuadidas desde estudiantes sobre la importancia del
conocimiento y la velocidad de sus acciones, están condenadas a perder
oportunidades. Cada día, el día de hoy se hace tarde porque la
innovación no se detiene y no tiene límites.
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